Según se indica en el informe, justo cuando Afganistán está registrando los índices más altos de víctimas civiles de su historia, los gobiernos europeos están devolviendo a un número cada vez mayor de solicitantes de asilo a los peligros de los que huyeron, en flagrante incumplimiento del derecho internacional.
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En Forced Back to Danger: Asylum-Seekers Returned from Europe to Afghanistan se detallan casos terribles de personas afganas devueltas desde Noruega, Países Bajos, Suecia y Alemania que posteriormente han resultado muertas o heridas en ataques con bombas o que tienen que vivir con el miedo constante a sufrir persecución por su orientación sexual o su conversión al cristianismo.
“Decididos a aumentar el número de expulsiones, los gobiernos europeos están aplicando una política irresponsable e ilegal. Cerrando los ojos voluntariamente ante el hecho de que la violencia está en niveles sin precedentes y no hay un solo lugar seguro en Afganistán, están exponiendo a personas a la tortura, el secuestro, el homicidio y otros horrores”, afirmaron desde Amnistía Internacional.
Según el informe, entre los afganos devueltos desde Europa hay menores no acompañados y adultos jóvenes que eran menores de edad cuando llegaron a Europa. Varias personas entrevistadas por Amnistía Internacional para elaborar su informe fueron enviadas a zonas de Afganistán que desconocían por completo, a pesar de la situación de peligro y de la impunidad con que se cometen crímenes como la tortura.
“Estas devoluciones son una violación manifiesta del derecho internacional y deben cesar de inmediato. Los mismos países europeos que un día se comprometieron a arrimar el hombro para procurar un futuro mejor a los afganos ahora pisotean sus esperanzas y los abandonan a su suerte en un país que se ha vuelto más peligroso si cabe que cuando se fueron”, afirmaron desde Amnistía Internacional sobre Afganistán.
Los índices de devoluciones y víctimas civiles se disparan
El número de personas sometidas a devolución desde Europa se ha disparado en un momento en que los índices de víctimas civiles documentados por la ONU han alcanzado niveles máximos.
Según datos estadísticos oficiales de la Unión Europea, entre 2015 y 2016 el número de personas afganas devueltas por países europeos a Afganistán casi se triplicó de 3.290 a 9.460. El auge de las devoluciones se corresponde con un marcado descenso en el número de solicitudes de asilo aceptadas, que pasó del 68% en septiembre de 2015 al 33% en diciembre de 2016.
Al mismo tiempo ha crecido el número de víctimas civiles, según datos estadísticos de la Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA).
En 2016, según la UNAMA, 11.418 personas resultaron muertas o heridas. Hubo ataques contra civiles por todo el país, en su mayoría perpetrados por grupos armados, entre ellos los talibanes y el autodenominado Estado Islámico. Sólo en el primer semestre de 2017, la UNAMA documentó 5.243 víctimas civiles.
El 31 de mayo, en uno de los peores atentados de la historia de Kabul, más de 150 personas perdieron la vida y al menos el doble resultaron heridas cuando una bomba estalló en las proximidades de varias embajadas europeas.
Muertos, heridos o con temor a ser perseguidos
Varias familias entrevistadas por el equipo de investigación de Amnistía Internacional ofrecieron inquietantes relatos de las terribles experiencias vividas tras su devolución desde países europeos: habían perdido a seres queridos, habían sobrevivido de milagro a atentados contra la población civil y vivían con miedo a sufrir persecución en un país que apenas conocían.
Sadeqa (nombre ficticio) huyó de Afganistán con su familia en 2015 después de que su esposo, Hadi, fuera secuestrado, golpeado y liberado a cambio de un rescate. Arriesgándose a un viaje de varios meses, llegaron a Noruega con la esperanza de tener un futuro mejor. Las autoridades noruegas rechazaron su solicitud de asilo y les dieron a elegir entre ser expulsados y permanecer detenidos hasta entonces, o aceptar 10.700 euros para regresar “voluntariamente”.
Unos meses después de su retorno a Afganistán, el esposo de Sadeqa desapareció. Pasaron varios días sin que se supiera nada de su paradero. Habían matado a Hadi. Sadeqa cree que sus secuestradores lo asesinaron y ahora teme incluso visitar su tumba.
La familia Farhadi también fue objeto de devolución desde Noruega, en octubre de 2016. Al mes siguiente, estaban en las proximidades de la mezquita de Baqir ul Uloom, en Kabul, cuando esta fue bombardeada: al menos 27 personas resultaron muertas. El grupo armado autodenominado Estado Islámico reivindicó la autoría del ataque.
La intensidad de la explosión fue tal que Subhan Farhadi, que entonces tenía dos años, cayó de los brazos de su madre y resultó herido. Cuando la familia volvió a casa, Subhan empezó a sangrar por los oídos. Han pasado varios meses desde el ataque y todavía sufre dolor en un oído.
Farid (nombre ficticio) escapó de Afganistán cuando era niño con su familia. Primero viajó con ella hasta Irán; después huyó solo a Noruega, donde se convirtió al cristianismo. En mayo de 2017 fue expulsado a Kabul, el lugar de Afganistán donde se registran los mayores índices de violencia, con el 19% del total de víctimas civiles en todo el país en 2016.
Farid no guarda ningún recuerdo de Afganistán. Ahora vive con miedo a ser perseguido en un país donde grupos armados como los talibanes actúan contra personas por convertirse a una fe distinta al islam. “Tengo miedo —dijo a Amnistía Internacional—. “No sé nada de Afganistán. ¿Adónde voy a ir? No tengo dinero para valerme solo y no puedo vivir con familiares porque se darían cuenta de que no rezo.”
Azad (nombre ficticio), también criado en Irán, huyó a Países Bajos con su hermano y regresó a Afganistán en mayo de 2017. Se identifica como gay y teme que su orientación sexual sea descubierta por personas que desean perjudicarle. Tenía tanto miedo a la devolución que intentó suicidarse antes que se llevara a cabo. “Aquí intento ser un hombre. Me estoy volviendo loco. Paso mucho miedo por la noche; estoy aterrorizado”, contó a Amnistía Internacional.
“Una copa envenenada”
Lejos de desconocerla, los gobiernos europeos reconocieron la peligrosa situación que había en Afganistán cuando la Unión Europea firmó el acuerdo “Joint Way Forward”, una solución conjunta para devolver a personas solicitantes de asilo afganas.
En un documento filtrado, agencias de la UE reconocían “el empeoramiento de la situación de seguridad y los peligros que se ciernen sobre la población” en Afganistán, así como los “índices sin precedentes de atentados terroristas y víctimas civiles”. Sin embargo, insistían insensiblemente en que “podría haber necesidad de devolver a más de 80.000 personas en un futuro próximo”.
Hay indicios fiables de que esta “necesidad” ha sido trasladada al gobierno afgano en forma de presión. Ekil Hakimi, ministro de Economía de Afganistán, dijo al Parlamento: “Si Afganistán no coopera con los países de la UE en relación con la crisis de refugiados, la cantidad de ayuda humanitaria asignada a nuestro país pagará las consecuencias”.
Igualmente, una fuente confidencial afgana que conoce bien el acuerdo se lo describió a Amnistía Internacional como “una copa envenenada” que el gobierno afgano está obligado a beber a cambio de ayuda humanitaria.