Cómo combatir la islamofobia y el odio después de Christchurch  – Amnistía Internacional Argentina | Defendemos los derechos humanos

Cómo combatir la islamofobia y el odio después de Christchurch 



Las personas racistas e intolerantes creen que las sociedades en las que hay diversidad no funcionan. Frustradas por que no sea suficiente con sus aullidos a la luna, se están levantando en armas para demostrar que tienen razón. No podemos seguir expresando nuestra consternación y continuar sin más hasta que se produce la siguiente atrocidad. El año pasado presenciamos con horror cómo un nazi entraba en una sinagoga en Estados Unidos y mataba a tiros a 11 fieles. Y, tras la alarma inicial, el mundo siguió como si tal cosa.

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Ante estas personas que con su odio están desestabilizando nuestras sociedades, es necesaria una actuación concertada si no queremos que las cosas empeoren aún más.

Aclaremos las cosas: no se trata sólo de las sociedades occidentales. Muchas personas musulmanas consideran que Christchurch es sólo una pequeña muestra de la oleada creciente de islamofobia global perpetrada por mayorías inseguras. Hagamos una gira relámpago por todo el mundo de este a oeste.

En Myanmar, decenios de discurso de odio y persecución culminaron en 2017 con la huida al vecino Bangladesh de más de 700.000 personas de etnia rohingya, grupo predominantemente musulmán, tras una brutal campaña de limpieza étnica. El ejército myanmaro, implicado en los hechos, ha contado con la total cobertura diplomática de China, cuyas autoridades actualmente retienen a hasta un millón de personas uigures, kazajas y de otros grupos étnicos predominantemente musulmanes en lo que eufemísticamente denominan campos de “transformación mediante la educación” en Sinkiang. Es una de las historias de nuestro tiempo: el sometimiento a escala épica.

El carácter multiconfesional de India ha salido mal parado bajo el liderazgo de Narendra Modi, que fue ministro principal durante el pogromo de Gujarat de 2002, donde murieron cientos de personas musulmanas. Su sello de nacionalismo hindú ha conducido a la división, no a la unidad, y a fenómenos crecientes tales como la “violencia relacionada con las vacas”.

En Europa, muchos políticos han ganado terreno con mensajes islamofóbicos. Marine Le Pen comparó en Francia a los musulmanes que ocupan las calles junto a las mezquitas abarrotadas después de la oración del viernes con los nazis de la ocupación. Un mensaje clave de la campaña del Brexit fue la “amenaza” de que Turquía se una a la UE. El archipartidario del Brexit Nigel Farage acusó a los musulmanes británicos de “conflicto de lealtades”.

Pero quien más se ha beneficiado de la islamofobia en las urnas ha sido Donald Trump con su promesa electoral de “cierre total y absoluto de la entrada a Estados Unidos a las personas musulmanas”. El presidente afirmó que esta prohibición de entrada seguiría vigente hasta que los representantes del país “averigüen qué rayos está pasando”. Probablemente a pesar de toda su inteligencia sigue sin tener ni idea. Trump llegó tras la islamofobia que vino de la mano de las controvertidas guerras de Afganistán e Irak, donde —no lo olvidemos— perdieron la vida cientos de miles de personas musulmanas, unas muertes que apenas han sido reconocidas.

Con este lúgubre panorama mundial, no es de extrañar que muchas personas musulmanas se sientan acosadas. Especialmente cuando también se les dice que, a pesar de estas trágicas cifras, ellas son, de hecho, las agresoras.

Sin embargo, éste no es un conflicto religioso. Los millones de musulmanes y musulmanas que han perdido la vida, han sido detenidos o han sufrido otras formas de represión no han sido tratados así en el fragor de una guerra religiosa. No se trata de las nuevas cruzadas. Los perpetradores son demasiado diversos y dispares. Y las víctimas, también. China, Pakistán e Indonesia reprimen a los cristianos. Las personas palestinas, tanto cristianas como musulmanas, se enfrentan diariamente a la violencia y la discriminación en el contexto de la ocupación israelí de su territorio. En Francia y Alemania hubo noticias de preocupantes brotes de antisemitismo el año pasado; ¿quién puede olvidar las penosas imágenes de esvásticas pintadas en las tumbas de los cementerios judíos de Herrlisheim y Quatzenheim, en el este de Francia? Estas pruebas echan por tierra la tesis de una “Guerra contra el islam”.

Se trata de cómo tratan los Estados a sus minorías. En este sentido, los Estados de mayoría musulmana con frecuencia tampoco se han mostrado a la altura, como demuestra, por ejemplo, la lamentable ausencia de iglesias en Arabia Saudí. Así las cosas, no resultó sorprendente que el príncipe heredero saudí apoyara el trato dispensado por China a las minorías musulmanas en Sinkiang.

Sólo con aumentar el diálogo interconfesional y los días de puertas abiertas en las mezquitas no lograremos una buena convivencia. Para hacer frente a esta amenaza de forma eficaz es necesario que nos replanteemos profundamente nuestro discurso sobre la libertad, la igualdad y el respeto para todas las personas.

La fortaleza de una nación radica en tratar bien a todos sus habitantes. La aprobación y la admiración mutua entre personas de distintas comunidades que viven en un mismo territorio es una señal de fortaleza. Una sociedad avanza cuando todas las personas que la integran tienen la libertad de vivir su vida como desean, de contribuir a esa sociedad como consideran oportuno y de ser quienes quieren ser.

Yo me crié en Escocia, y estoy orgulloso de mi nacionalidad y de mi fe. Allí decimos que hacen falta hilos de muchos colores para hacer un tartán, lo mismo que hacen falta muchos tipos de personas para hacer Escocia. En todo el mundo, cada cultura debe encontrar su discurso genuino para unir a la gente, en lugar de separarla. En 1945 los nazis perdieron la guerra. Esta vez derrotaremos a quienes odian con la fuerza de nuestro amor, nuestra compasión y nuestra común condición de seres humanos.
Este artículo se publicó originalmente en TIME

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