Recuerdo que iba sentada en el taxi de camino al aeropuerto y pensaba: ahora me siento parte de esto, es importante para mí. Y, sin embargo, lo estoy dejando todo atrás.
Era el verano de 2017 y acababa de pasar una semana en un campamento de activismo de Amnistía Internacional en Lesbos, Grecia, dedicándome a hacer campaña en favor de los derechos de las personas refugiadas y para que las sociedades les den la bienvenida a Europa. El campamento estaba en Pikpa, un pequeño campo de refugiados abierto que alberga a unas 150 personas, y habíamos pasado tiempo con ellas, ayudándolas en sus actividades cotidianas, como la limpieza, y simplemente tratando de brindarles amistad durante una etapa tan difícil de sus vidas.
Algunos de mis familiares se habían trasladado a Argentina hace años, después de la guerra civil española, y mi abuelo solía contarme historias sobre cómo les hicieron sentirse bienvenidos. Yo deseaba de verdad transmitir ese espíritu de bienvenida a las personas que ahora tienen que trasladarse, y ayudarlas a avanzar en sus nuevos hogares en Europa, así que me había unido a la campaña de Amnistía “Te doy la bienvenida”.
Sin embargo, mi semana en Lesbos ya había terminado y no cabía duda de que quedaba más trabajo por hacer. Me preguntaba, ¿cómo podría seguir ayudando desde mi casa en Irlanda? Se me ocurrió que la mejor manera era utilizando lo que tenía: mis conocimientos, mi experiencia profesional y mi red.
Encontrar trabajo es fundamental para todas las personas, no sólo para tener unos ingresos, sino para mantener un sentimiento de dignidad y autonomía, para socializar, para contribuir a la sociedad en la que viven y sentirse parte de ella. ¿Y qué podía yo ofrecer? Empleo.
Cuando llegué a casa, concerté una reunión con el entonces director de mi empresa, Liferay International, en Dublín. La empresa se dedica a la creación de software que ayuda a otras empresas a crear portales, intranets y sitios de comercio. El entonces director se mostró inmediatamente favorable, así que decidimos asignar una partida presupuestaria para crear un puesto destinado específicamente a una persona refugiada.
Ofreceríamos un contrato remunerado con un salario competitivo en el que la persona en cuestión obtendría experiencia como parte de nuestra plantilla. Esto le ayudaría a subir el primer peldaño de la escalera profesional, y a pasar de ser considerada una persona refugiada a ser considerada parte del personal laboral en la comunidad que ahora llama hogar.
A través de este programa ya hemos contratado a dos personas refugiadas y la segunda, Mavis, acaba de terminar nuestro contrato con nosotros.
Mavis y yo nos veíamos habitualmente para pasear y charlar, y una de las cosas de las que me habló fue de la confianza que está recuperando. Me dijo que la estamos ayudando a impulsarse de vuelta al mercado laboral, como un trampolín, y a buscar un futuro mejor. Es fantástico haberla conocido y ver cómo ha crecido en seis meses; observar lo que ha aprendido y verla aportar su propio discurso a su puesto y convertirse en una persona mucho más fuerte.
Pero para Liferay se trata de algo más que una responsabilidad social corporativa: ofrece un auténtico intercambio de valores tanto para las empresas como para las personas refugiadas. Contratar a personas refugiadas no es un acto de caridad; es bueno para el negocio.
Nosotros, como muchas empresas, queremos que nuestro personal represente una sociedad diversa. Somos una empresa global y es muy importante que representemos a una plantilla global. Al contratar a personas refugiadas, las personas que ya están empleadas enriquecen su vida laboral aprendiendo de colegas procedentes de otros entornos.
Evidentemente, sólo somos una empresa. Pero la idea es tener un efecto multiplicador, e inspirar a otras organizaciones a que sigan nuestro ejemplo. Definitivamente, es una situación en la que todo el mundo sale ganando. Es facilísimo montar un programa así, y es una idea que ya está ganando popularidad.
Recientemente se ha puesto en marcha una nueva iniciativa llamada Open Doors (Puertas Abiertas), con el objetivo de crear oportunidades laborales para todas las personas. Liferay planea seguir brindando oportunidades de empleo a personas refugiadas a través de este programa. Pero también es una plataforma para que las empresas establezcan redes.
Mediante esta red, confío en que la gente pueda aprovechar la experiencia adquirida con Liferay y pasar a organizaciones de mayor tamaño, que puedan ofrecer oportunidades diferentes o más permanentes. Y yo espero que nuestra historia inspire a otras organizaciones para que contraten a personas refugiadas y comprueben los grandes beneficios para su empresa que Liferay ya ha empezado a experimentar.