Niños refugiados recuerdan Siria a través de la música y el arte en Líbano
Khairunissa Dhala, investigadora sobre refugiados de Amnistía Internacional.
Anoche se celebró la vigilia #ConSiria en la plaza de Trafalgar de Londres (Reino Unido), en solidaridad con el pueblo de Siria. Mañana es el tercer aniversario de una crisis que continúa sin cesar y que ha separado a familias y destruido muchas vidas y hogares. Ya hay más de 6,5 millones de desplazados internos y 2,5 millones de refugiados.
Mientras escuchábamos las voces sirias proyectadas en la plaza —hombres, mujeres y niños que hablaban de sus recuerdos de Siria y de lo que añoran— recordé a los niños sirios a los que conocí en Líbano la semana pasada, en un campo de Bekaa.
Habíamos pasado el día hablando con familias de refugiados de sus problemas para acceder a la atención sanitaria en Líbano. A última hora de la tarde fuimos a la escuela del campo, creada por una ONG local.
En la escuela se anima a los niños a expresarse mediante el arte y la música como una forma de terapia. Obligados a huir de sus casas, ahora viven en tiendas y chozas básicas en un campo densamente poblado.
Su profesor de música es también un refugiado que vive en el campo que, junto con otros músicos y artistas, ha formado hace poco un grupo y anima a los niños a escribir las letras de sus propias canciones.
Todas las canciones que cantan los niños subrayan su amor por Siria. Para ellos, esto es al mismo tiempo un apoyo psicológico y diversión.
Cuando llegamos a la escuela, los niños estaban sentados en círculo cantando algunas de sus canciones. Uno a uno, los niños se levantaban para cantar un solo sobre los lugares de donde vienen y lo que añoran de su casa, y luego el grupo cantaba el estribillo.
El estribillo de una de las canciones era así (letra traducida del árabe):
“Papá, no quiero que me traigas un juguete nuevo, quiero mi juguete viejo.
Quiero olvidar mi sufrimiento. Llévame de vuelta.
No quiero acostumbrarme al sufrimiento, llévame a donde está la alegría.
Volveremos a Siria, no importa lo que tardemos.
Vivíamos en una casa, ahora vivimos en una tienda.
Algún día las nubes negras se irán y yo volveré.”
En otra canción, los niños cantaban:
“Soy un sirio en un campamento, olvido mi sufrimiento y aprendo.
Cuando algún día aprenda, haré que todo el campamento se sienta orgulloso.
Siria, eres mi amor y volveré a ti.
Todas las noches en el campamento serán algún día un recuerdo.”
Además de las clases de arte y de música, la escuela tiene un teatro de títeres para concienciar sobre el trabajo infantil. Los maestros nos contaron que muchos niños refugiados trabajan en el campo entre 15 y16 horas al día para los propietarios particulares de las tierras donde está el campamento informal.
Muchas familias dijeron que sus hijos trabajan en los campos por 4 dólares estadounidenses al día, para ayudar a sus familias a pagar por vivir en las tierras.
Los maestros de la escuela dijeron que habían pedido a los propietarios que organizaran dos turnos para los niños que trabajaban en la recolección de judías por la mañana y de patatas por la tarde. De este modo tendrían tiempo para seguir aprendiendo entre medias.
Poder ir a la escuela significa que estos niños tienen suerte. Según la ONU, la mitad de todos los refugiados sirios son niños, y la mitad de ellos no están escolarizados.
Se calcula que este mes el número de refugiados inscritos en Líbano superará el millón. El gobierno libanés y otros creen que ya se ha llegado a esta cifra.
Con los recursos al límite, las comunidades como la que visitamos en Bekaa están buscando vías para seguir lo mejor posible. Pero esto no basta. La comunidad internacional debe hacer más, para asegurarse de que estos niños puedan volver a casa para crecer en el país que tanto añoran: Siria.
Pueden seguir a nuestra investigadora en su cuenta de Twitter en @KDhala.