Nacida en Irán de progenitores afganos, Taibeh Abbasi huyó a Noruega con su madre y sus hermanos en 2012. El 15 de junio de 2019, la policía noruega entró en su casa, la esposó y trató de enviarla a ella y a su familia a Afganistán, país que ni siquiera había visitado. Los amigos y amigas de Taibeh se reunieron rápidamente y organizaron una manifestación para intentar paralizar la deportación. Aquí, Mona Elfareh, amiga de Taibeh, cuenta qué pasó después...
El mes pasado, el sábado 15 de junio, mis amigos y amigas y yo íbamos a ir a nadar y hacer una barbacoa. Pero, en lugar de eso, me encontré al despertar con avisos de mensajes y llamadas perdidas en el teléfono y enseguida me di cuenta de que le había pasado algo a mi amiga Taibeh y a su familia.
Taibeh Abbasi nació en Irán de progenitores afganos. En 2012, cuando tenía 13 años, llegaron a Noruega, donde les dieron la condición de personas refugiadas que, sin embargo, les fue retirada en 2013, después de que las autoridades noruegas considerasen que Kabul, Afganistán, era un lugar “seguro” al que regresar. Taibeh nunca había visitado siquiera Afganistán, pero en octubre de 2014 les anularon la condición y los permisos de residencia a ella y a su familia. Aunque recurrieron contra la decisión, perdieron la larga batalla judicial, lo que los dejó en situación irregular en Noruega.
Durante mi último año de secundaria, mi hermano me contó la historia de Taibeh. Me pidió ayuda porque quería hacer algo al respecto. Como miembro del consejo escolar, yo también quería hacer algo, y enseguida nos hicimos muy amigos de Taibeh, y lo somos desde entonces.
Por eso me afectó tanto el mes pasado, cuando un amigo me dijo que tenía que ir enseguida a la comisaría de policía. Unas horas antes, la policía había irrumpido en la casa de los Abbasi y se los había llevado. Aquello no tenía ningún sentido para mí.
Camino de la comisaría, empecé a entenderlo. Si la llamara, Taibeh no respondería. Si fuera a su casa, Taibeh no estaría allí. Me empezaron a rodar lágrimas por la cara y cuando llegué a la comisaría, había mucha gente: amistades, vecinos y vecinas, compañeros y compañeras de clase, profesores y profesoras, y personas desconocidas.
Todo el mundo ofrecía abrazos y apoyo, y se preguntaba adónde se habían llevado a la familia Abbasi. Enseguida supimos que después de que la policía entrase en su casa esa madrugada, los agentes habían empacado sus pertenencias, habían esposado a toda la familia y se la habían llevado al aeropuerto de Røros, en otra localidad. Este aeropuerto ni siquiera estaba en uso, los llevaron allí para poder deportarlos rápida y silenciosamente en un avión privado que costaba cientos de miles de euros. Desde allí iban a volar a Oslo, luego a Estambul y, por último, a Kabul, Afganistán.
Su hermano me contó más tarde que estaban asustados, impactados y traumatizados. Taibeh me había dicho una y otra vez que su peor pesadilla era que la policía noruega la detuviera y la enviara a Afganistán. La policía les quitó los teléfonos y solo les permitieron hacer llamadas intermitentes.
Yo fui una ingenua por pensar que iban a poder quedarse en Noruega —su hogar— y que les dejarían vivir una vida a salvo y tranquila.
El lunes, mi tristeza se había convertido en enfado. Supe que tenía que hacer algo. Se había creado un grupo de Facebook por si alguna vez le pasaba algo a la familia. Cuando entré, la página estaba llena de mensajes de gente que quería participar. Era hora de organizar otra manifestación y hacer saber a las autoridades noruegas cómo nos sentíamos exactamente.
El objetivo era hacer la manifestación el miércoles: sabíamos que habría interés, pues el caso de Taibeh iba ganando fuerza en los medios de comunicación y Amnistía Internacional estaba trabajando lo más deprisa posible para paralizar la deportación de la familia Abbasi.
Lo preparamos todo muy rápido: era la tercera manifestación que organizábamos y probablemente la más fácil. Para entonces el caso se había difundido tanto que todo el mundo quería ayudar, demostrando que si nos uníamos seríamos más fuertes. El lunes, mientras planeábamos nuestra manifestación, la familia Abbasi debía viajar desde Estambul a Afganistán.
Estábamos esperando novedades cuando supimos que Atefa, la madre de Taibeh, había hecho todo el viaje inconsciente y que estaba demasiado enferma para viajar. En lugar de hacer lo correcto y dejar que toda la familia volviera a casa, a Noruega, las autoridades noruegas optaron por lo más cruel: decidieron enviar a Taibeh y a sus dos hermanos, el más pequeño de los cuales tiene 16 años, a Kabul, sin su madre. Nos quedamos conmocionados.
Todo cambiaba rápidamente, pero el martes trajo la mejor noticia que cabía esperar. Supimos que Taibeh y sus hermanos no habían sido enviados a Afganistán la noche anterior, como estaba previsto, después de que las autoridades afganas dijeran que era peligroso enviar forzosamente a otro país a menores de edad sin ninguno de sus progenitores.
Como su madre seguía sin poder viajar, permitieron que volvieran todos a Noruega de momento, pero Taibeh y su familia siguen estando en un limbo legal. Todavía no tienen regularizada su condición y, a menos que se les conceda permiso para estar en Noruega, podrían ser deportados cuando su madre se recupere.
Nuestra manifestación siguió adelante el miércoles; estábamos decididos a hacer oír nuestras voces. Fue precioso ver a tantas personas participando y mostrando su apoyo.
Lo que le pasó a la familia de Taibeh fue injusto y enormemente cruel. Trabajamos mucho para hacer oír nuestras voces y estábamos decididos a hacerlo otra vez. Había muchas pancartas, muchos carteles y nuestra voz se alzaba más fuerte que nunca.
Aunque Taibeh está de vuelta en casa, la forma en que actuó el gobierno noruego es una injusticia contra la que aún tenemos que luchar. Estoy enfadada y frustrada por toda esta situación. Es triste y vergonzoso que Noruega, un país que dice creer en los derechos humanos y en los derechos de la infancia, considerase enviar a un niño de vuelta a un país que nunca había visitado, sin sus progenitores.
Como jóvenes, no vamos a rendirnos. Queremos un futuro mejor para nuestras amistades y nuestra familia, y no nos detendremos hasta que las autoridades empiecen a escucharnos.
Mona Elfareh, 20 años, es exmiembro de un consejo escolar. Actualmente está en un año sabático y empezará a estudiar Psicología en la universidad en agosto.
Este artículo se publicó originalmente en Metro