Nota original publicada el 14 de septiembre por el diario TIME
Por Marinete da Silva
Seis meses atrás recibimos una puñalada. El asesinato de mi hija, Marielle Franco, en el centro de Río de Janeiro el 14 de marzo, dejó un inmenso vacío. Un vacío del tamaño de la presencia de Marielle en nuestras vidas. Definitivamente, mi familia no ha vuelto a ser la misma tras esa noche, lo mismo le sucede a la familia de Anderson Gomes, su chófer, también asesinado. Ninguna persona está preparada para sufrir la pérdida de una hija. Todos los días me pregunto qué puede haber hecho una concejala electa de la ciudad y una reconocida defensora de los derechos humanos para generar tanta violencia. Todavía no tengo respuesta.
Marielle destacó desde pequeña. Era una líder en la escuela, en la iglesia y en los proyectos en los que participaba. Se implicaba en los huertos comunitarios, en los cursos preparatorios populares, en los movimientos contra la violencia, pensando siempre en ayudar al prójimo, creía que la organización colectiva de base solidaria podía transformar el mundo. Se sentía bien haciendo cosas por los demás. Hay pocas personas así. Era tal su sentido de la responsabilidad, soñaba con cosas tan elevadas, que en 2016 decidió presentar su candidatura a un cargo público, el de concejala en la Cámara Municipal de Río de Janeiro, la segunda ciudad más grande de Brasil.
Su campaña fue una de las experiencias más bonitas de la historia política de la ciudad. En ella se implicaron mujeres negras, feministas, personas jóvenes y habitantes de las favelas. Fue la quinta candidata más votada, la segunda de su partido. La representatividad de Marielle era única, particular, no sólo en defensa de una minoría, sino de todas las personas. Como defensora de los derechos humanos, ella era un símbolo que invitaba a la gente a implicarse. Marielle consiguió llevar ese movimiento al parlamento en un momento de desconfianza de la población hacia la política institucional; estaba comenzando un proceso transformador.
La vida de mi hija fue interrumpida. Estaba claro que su vida pública pasaría rápidamente a otro nivel. Mucha gente pensaba que su futuro estaba en la capital, Brasilia, senda política necesaria para hacer avanzar las pautas colectivas en las que creía y que representaba de manera tan coherente. Pero, tras ser asesinada, Marielle trascendió y llegó a todo el mundo. Miles de personas salieron a la calle en varias capitales y se manifestaron en las redes en las más diversas lenguas. Una tragedia hizo que el nombre de mi hija resonara mucho más fuerte de lo que nadie esperaba.
Han pasado seis meses desde el brutal crimen que acabó con la vida de mi hija y todavía no tenemos respuestas. Estuve en Italia con el papa Francisco para que conociera la historia deMarielle y reiterara nuestra petición de justicia. Todos los meses reclamamos a las distintas autoridades responsables de la investigación la resolución del crimen. En ese sentido, en las calles, la gente me demuestra cariño, me apoya. Para las niñas jóvenes, Marielle es un referente, y llevan la imagen de mi hija en el pecho, en broches y pegatinas, allá donde van. Todo ese apoyo en Brasil y en el mundo no va a eliminar nuestro dolor, pero es fundamental para que la gente siga buscando justicia.
Apoyar a quien más lo necesitaba fue el hilo conductor en la historia de mi hija. Marielle dedicó parte de su existencia a reconfortar a madres en el momento más difícil de sus vidas, el momento del dolor por la pérdida de sus hijos de forma violenta, muchos de ellos asesinados por agentes del Estado que deberían protegerlos. Historias trágicas de una política de seguridad pública equivocada, que mata a miles de jóvenes negros cada año, y contra la que ella luchaba. Hoy, esas madres comparten ese sentimiento conmigo. Mi dolor es más reciente, pero es igual de grande que el suyo. Madres que me visitan y me llaman por teléfono a diario, que quieren saber cómo estoy, que tratan de animarme. Mi hija hizo eso por ellas y ahora ellas lo hacen por mí.
Nunca olvidaré el apoyo que me han dado. Siento la presencia de Marielle en cada gesto de solidaridad que recibo. Solidaridad que lleva a la esperanza de esclarecer qué motivó a alguien a hacer semejante barbaridad aquella noche. Marielle pedía cuentas e incomodaba por ser mujer, negra, de favela y osar estar en un espacio que históricamente no ha sido ocupado por personas como ella.
Tengo la sensación de que estamos ganando porque estamos resistiendo y movilizándonos junto con Amnistía Internacional y activistas de todo el mundo. Cada día que pasa, aumenta el reconocimiento internacional a la vida ejemplar de mi hija y se transforma en lucha por la justicia y en petición de cuentas al Estado Brasileño. Marielle fue una mujer dulce, un ejemplo de cómo la lucha se puede llevar a cabo con amor. Inspiró a todas las personas allá donde pasó. Una defensora de los derechos humanos que dedicó su vida a hacer el bien. Mi familia no va a descansar hasta obtener una respuesta sobre la motivación de este crimen. Necesitamos saber quién mató a mi hija y quién ordenó su muerte.
Marinete da Silva es abogada y madre de Marielle Franco.