Cómo los derechos humanos pueden marcar el camino
La mayoría de los líderes saben instintivamente que nunca hay que desaprovechar una buena crisis, y la pandemia de COVID-19 no es una excepción. Cuando la crisis de salud pública dé paso a la inminente crisis económica, los líderes proclives a un estilo de política basado en el discurso “nosotros contra ellos” volverán a sembrar el miedo y el reproche para desviar la atención de sus propios fallos.
Los políticos que han difundido con éxito la política de la demonización en los últimos años están entre los más ineficaces a la hora de hacer frente a la pandemia. Los historiales del presidente estadounidense Trump y el brasileño Bolsonaro son especialmente lamentables. Su ególatra liderazgo se ha revelado frágil y manifiestamente inadecuado para abordar la tarea. La pandemia, que no respeta demagogias ni tergiversaciones de los hechos, ha demostrado que, en efecto, el aislacionismo y la discriminación no pueden mantenernos a salvo. El enfoque basado en el discurso “nosotros contra ellos” agrava las desigualdades existentes y obstaculiza las respuestas efectivas y oportunas a la crisis.
Pero este momento de reconocimiento no supondrá el fin de la política de demonización. Sus promotores, que tanto se han beneficiado de fomentar el miedo y la división, han visto en la pandemia una nueva plataforma de argumentos para culpabilizar a otros. Los agravios económicos son terreno abonado para la discriminación y la xenofobia.
Fuertemente criticados por su mala gestión de la pandemia, los gobiernos de países como Reino Unido, Estados Unidos, Brasil e India tendrán todos los incentivos para crear distracciones. Quienes se vean en graves dificultades económicas lógicamente buscarán respuestas, y dirigentes como Viktor Orbán, Rodrigo Duterte y Donald Trump han comprobado que la culpabilización cuidadosamente articulada ofrece un camino al éxito político. Los medios de comunicación que se benefician de propagar la indignación, y los algoritmos tecnológicos que fomentan el tráfico y los beneficios dividiendo a la población, favorecen este enfoque.
Hoy, la plaza pública es un espacio de confusión donde fácilmente predominan las voces subidas de tono con respuestas simples y contundentes, aunque sean divisivas y conflictivas.
Debemos permanecer alertas y tener a punto alternativas. Organizaciones como Amnistía Internacional deben desempeñar la función de generar demanda popular de soluciones reales que beneficien a todas las personas, en lugar de permitir que se fije la agenda al grito de “nosotros contra ellos”.
Amnistía Internacional no siempre ha hablado con la contundencia suficiente sobre las situaciones que aprovechan los dirigentes que demonizan. Por eso hemos decidido adoptar cuatro enfoques importantes para cambiar y responder a estos desafíos.
Primero: necesitamos ofrecer una visión convincente de los problemas que afectan a las diferentes comunidades y proponer soluciones que aborden las necesidades de todas las personas que integran la sociedad. En un momento en que muchas sociedades ven los derechos humanos como elitistas o que sólo favorecen a las minorías y no como una herramienta que mejora la vida de todas las personas, necesitamos centrarnos en generar un apoyo amplio y sostenido a la visión de los derechos humanos como el marco necesario para una sociedad sana. Esto significa pensar en cambios de opinión pública así como centrarse en cambios de legislación y política.
Segundo: necesitamos dirigirnos al corazón de las personas. Los derechos humanos no son conceptos jurídicos abstractos. Todo lo que mejora nuestra vida cotidiana —empleo digno, vivienda adecuada, libertad para decidir con quién asociarse— sólo es posible si se respetan nuestros derechos humanos. Los promotores de la política basada en “nosotros contra ellos” invierten en establecer un vínculo visceral y emocional con la gente sembrando la división y el miedo, pero nosotros debemos asegurarnos de que nuestro mensaje también llega al corazón de la gente promoviendo la empatía y la solidaridad. Necesitamos mejorar a la hora de recordar a la gente que los derechos humanos nos conciernen profundamente a todos.
Tercero: debemos asegurarnos de que nuestro movimiento es tan amplio como los asuntos de los que hablamos, y tan diverso como las sociedades en las que pretendemos influir. Los derechos humanos son de todas las personas y debemos asegurarnos de que la composición de nuestro movimiento así lo refleja, intensificando esfuerzos para llegar a aquellas que no están suficientemente representadas.
Cuarto: necesitamos ser más fuertes localmente y colaborar con organizaciones comunitarias en la lucha por obtener justicia. Para ello debemos reforzar alianzas y asociaciones, así como tender puentes de solidaridad entre comunidades y por encima de las fronteras.
La política de demonización se basa en el chovinismo, la negatividad y el miedo. Los ataques sostenidos contra determinados grupos son un reflejo de la falta de imaginación política, no de fortaleza como pretenden sus promotores.
En su lugar, necesitamos un liderazgo que aborde los agravios subyacentes que explotan los líderes demonizadores. Necesitamos dirigentes que realmente resuelvan problemas, creando solidaridad y empoderando a las comunidades.
Necesitamos estar a punto para demostrar que los derechos humanos ofrecen respuestas mucho más reales y contundentes que los discursos vacíos de la culpa, la división y el miedo.