Familia Fernández-Saravia

 

 Los detuvieron sin orden judicial ni motivo y los torturaron: una familia qom destruída 

 

Elsa Fernández está orgullosa de ser qom. “Soy discriminada, pero me gusta ser lo que soy”. Le cuesta explicar exactamente qué significa ser indígena. Dice que es porque creció “entre criollos” en un barrio de Resistencia, Chaco. 

“Si yo me tengo que defender como aborigen me defiendo con la palabra, con mi gente. Pero si el problema es con alguien de color blanco, yo me tengo que defender con la ley. Y no hay ley ni justicia”, explica. 

El 31 de mayo de 2020 una patota de la Comisaría Tercera de Fontana llegó hasta su puerta. Adentro estaba la familia: Elsa, sus hijos, sobrinos, una hermana. Pidieron pasar. 

“ les dije que si tenían una orden de allanamiento que me muestren y yo le dejo con gusto de pasar”, recuerda “Y me dice ‘correte, paisana de mierda’, me empuja, me pega en el pecho y me voy contra la pared”.

No había orden de allanamiento. Tampoco orden de detención. Los policías igual se llevaron a Alejandro Saravia, Rebeca Garay, Cristian Fernéndez y Daiana Fernández, que entonces era menor de edad. Toda la secuencia quedó registrada y es una prueba clave en la causa que tiene 10 imputados, aunque ningún detenido. “Los policías eran como hormigas que se venían encima”, recuerda Elsa. A los detenidos los retuvieron 10 horas en las que sufrieron todo tipo de violencias: golpes, insultos, amenazas, abuso sexual. Después los liberaron.

Vivir con miedo

Al momento de su detención Daiana tenía 16 años. “Me sacaron de la comisaría, llegué a mi casa, me acosté y me dolía todo el cuerpo”, recuerda. “En un momento le dije a mi mamá que por qué los policías me dejaron así, con ese dolor que yo no aguantaba más, que yo me quería morir”. Ahora, dice, vive porque es mamá. Tiene una nena de casi dos años. “Por ella trato de estar bien pero también pienso en que no le pase lo mismo que pasé yo”, asegura. 

A principio de año Daiana quiso vivir sola con su hija. Alquiló una casa a menos de cien metros de la familia, pero no resultó: “Los ruidos me alteran. No dormía de noche porque yo escuchaba hasta si pasaba un auto rápido. Me quedaba despierta por miedo. Miedo de que vuelva a pasar lo mismo”. 

Se quedaba despierta custodiando el sueño de su hija. Volvió a la casa de su mamá, donde es Elsa la que cuida el suyo: “Si a la noche escucho un ruido me levanto porque es como que quieren entrar a mi casa. Duermo a la hora de la siesta y a la noche me quedo despierta, escuchando”, explica Elsa. 

Si no hubo razón para que entraran a su casa un día, no hay razón por la que no pueda volver a pasar. 

El antes y el después: una familia destruída

“Si los llegan a condenar puede ser que tenga un poco de paz, porque voy a saber que no van a estar torturando más chicos por la calle”, dice Daiana. “Tortura” es precisamente la palabra que no figura en la causa judicial que sí investiga apremios, allanamiento ilegal, detención arbitraria. Pero lo que sufrieron Daiana, su hermano y sus primos es tortura. Las consecuencias legales son otras. Y las consecuencias para las víctimas persisten

El presidente Alberto Fernández se había manifestado después del ataque: “Las imágenes de violencia institucional que hemos visto en las últimas horas en el Chaco son inaceptables", escribió entonces. Sólo cuatro policías fueron detenidos y liberados antes de que se cumpliera un mes del ingreso ilegal a la casa, ubicada en el barrio Bandera Argentina. 

“Antes era distinto: la casa estaba llena de gente, venían a tomar mate, a jugar a los naipes”, recuerda Elsa. La casa ahora está vacía. “Vienen a dormir y en cuanto se despiertan ya se quieren ir”, lamenta. 

“Ya no podemos estar en una mesa, no podemos estar sentados conversando o estar a las risas con mis hijos, porque después sale esa conversación y ya uno se levanta, el otro sale llorando. Es como que mi familia se destruyó totalmente ese día”, explica Elsa. Daiana dice que trata. Trata de juntarse, pero también trata de no hablar del tema. 

Desde que fue víctima del grupo de la Comisaría Tercera conoció otros casos de violencia policial. Ve que pasan los años y no hay condenas. “¿A nosotros qué nos van a decir? Que agradezcamos que estamos vivos y listo”, especula. 

Cristian, su hermano, tiene miedo también del avance judicial. Elsa lo explica: “A veces mi hijo me dice que si algún día llegan a tener juicio, quizás nos van a amenazar”. Todos los días cruza el puente que une Fontana y Resistencia para vender tortas fritas. Se pregunta si después podrá seguir cruzándolo.