Mauro Coronel
Un muerto, tres años, ningún detenido: no hay Justicia para Mauro Coronel
Laura Coronel sueña con su hijo Mauro. “Es hermoso porque pienso que lo tengo conmigo y que me habla”, explica. Cuando se despierta todo es distinto. Da vueltas en la cama, le cuesta levantarse porque la realidad es otra: “A mi hijo lo mató la policía”.
Mauro fue detenido por la policía de Santiago del Estero el 30 de abril de 2020. Su familia lo escuchó pedir auxilio en la comisaría del barrio Santa Rosa de Lima. Decía que lo estaban golpeando. Hay audios, hay incluso un video en el que se lo ve con poca ropa a pesar del clima, esposado a un poste. Después de eso Mauro estuvo dos días desaparecido hasta que un vecino avisó que lo había visto en el hospital. Murió el 4 de mayo. Tenía 22 años y era papá de cuatro hijos.
Laura estaba cuando fueron a detener a su hijo por una denuncia de violencia de género y fue detrás de la camioneta en la que los policías lo cargaron “como a una bolsa de papas”. “La forma en que la policía lo detuvo sigue siempre presente en mi mente y en mis oídos está el grito de él que me pedía ayuda de madre, que lo saque de la comisaría”, recuerda.
Un muerto. Ni un detenido.
En Santiago del Estero a la Comisaría Décima se la conoce como la “comisaría de la muerte”. “Lo que hacían era divertirse con las personas que estaban detenidas, bañándolos con agua helada en plena madrugada, quemándoles los dedos. Tortura”, resume Facundo, hermano de Mauro.
Tres años después de la muerte no hay ni un solo detenido, ningún policía fue siquiera imputado. Nadie le ha explicado a la familia Coronel por qué la detención se transformó en una muerte. Por qué a la hora en la que debía ser liberado Mauro estaba desaparecido. Todavía hoy no saben exactamente dónde estuvo entre la comisaría y el Hospital Regional Dr. Ramón Carillo, donde murió cuatro días después.
Su padre Walter recuerda la última conversación: “Dijo que no lo deje así, que ellos le habían pegado. Y me ha quedado como un vacío ahí porque quería seguir hablando con él, pero no nos permitían”. Estaban vigentes las restricciones por la pandemia. La familia asegura que no sólo hubo violencia policial, también denuncian que no recibió la atención médica necesaria para los golpes evidentes que presentaba.
La primera carátula de la causa fue “averiguación de causales de muerte”. La fiscal a cargo del caso no pidió la declaración de los policías.
Después de la muerte de Mauro vino el miedo. Facundo se acostumbró a pasar la noche despierto para cuidar el sueño de su mamá y de una hermana menor. Recién cuando salía el sol y ellas se despertaban se permitía dormir él. Los policías en el barrio son los mismos. “Los veo siempre libremente en la calle y es una vergüenza verlos como si nada. Me da tanta impotencia. A veces me miran. Pero yo sigo saliendo a la calle igual, pidiendo justicia para mi hijo”, asegura Laura.
“Nadie me compra el dolor”
Mauro era padre de cuatro hijos: dos nenas y dos varones. Había sido cuidador de motos en el centro, vendedor ambulante de bolsas de residuos y alfajores. Jugador de básquet e hincha fanático de Central Córdoba. Se crió con su mamá, que trabajaba en casas particulares hasta el crimen. Ahora ya no puede: el pedido de justicia, la depresión y otros problemas de salud. Laura Coronel tiene una ayuda social que aparece con intermitencias.
“Me ofrecieron plata para que me calle, pero el dolor nadie me lo compra”, dice. “No es lo mismo cuando uno tiene plata”, sigue y se queda pensando. Qué podría haber hecho, qué otra ayuda podría haber recibido en esos cuatro días fatídicos.
Facundo asegura que el aspecto y el barrio sellaron también el destino de su hermano: “Algunas veces piensan que porque uno ande deportivamente vestido es un chorro, es un mañero, es un atrevido”. Él mismo ha vivido una detención por disturbios a la salida de la cancha. Y la describe como una detención violenta.
Sin Justicia
La casa de Mauro es ahora la casa de su mamá: un espacio pequeño que es habitación, comedor y cocina, con el baño afuera. Hay una sola foto de Mauro, enmarcada en la pared. El resto están en el cementerio. La familia las fue llevando de una en los cumpleaños y en aniversarios.
“Lo único que pido es que el futuro sea que mi hijo descanse en paz y pueda descansar yo también”, ruega Laura. Pero sin justicia no hay duelo posible.
“Se hace difícil porque tan sólo nombrar la palabra Mauro se baja un escalofrío, que te dicen porque la vida ha sido así de injusta, porque estas personas han pensado en tan solo matar a la persona y no hacer pagar si ha cometido un delito”, reclama su hermano. Ahora tiene 22 años, la misma edad que tenía Mauro al momento de su asesinato.