Daiana Abregú

A un año de la muerte, Daiana Abregú le falta a su familia: ya no hay mates y se cruzan con los policías acusados de asesinato

 

Lo primero a la mañana es el mate. Haga frío o calor, María Laura Abregú sale de la cama y pone el agua al fuego. No empieza el día hasta que toma uno o dos. Antes era distinto: el mate llegaba a ella incluso antes de levantarse. Así la despertaba su hija Daiana todos los días. Lo primero a la mañana es esa ausencia.  

Pasó un año. Daiana Abregú había sido detenida en la madrugada del 5 de junio a la salida de un boliche en Laprida, provincia de Buenos Aires. Tenía 27 años, un hijo de nueve y pasajes comprados para mudarse a La Plata y comenzar estudios de Enfermería. Esa tarde la policía llegó hasta la casa de sus padres y les informó que su hija se había ahorcado en la celda con su propia campera. 

Pasaron también dos autopsias, múltiples pericias y una última conclusión que descarta el suicidio. Pasaron cinco policías detenidos y liberados a los pocos días. Volvieron al pueblo en una caravana de autos y globos azules organizada por sus familias. Son todos vecinos. A veces se cruzan. 

Vivir con la ausencia de Daiana

Sin Daiana, su mamá se levanta más temprano. “Pongo música cristiana, veo la foto de mi hija y me largo a llorar a gritos, es algo que hago cuando no hay nadie en casa”, explica. Desde el asesinato su nieto vive con ella y con su marido Roberto Arias. 

“Mi hija vivía para ese nene, así que hacemos que tenga todo: tiene cable, tiene internet, tiene celular”, enumera Roberto. Son lujos para su economía de changas: es albañil, arregla tanques, corta el pasto. Lo que haga falta. 

“El nene a veces me manda mensajes y me pone: ‘Abuela, empecé a extrañar a mi mamá’. Ahí me quiero morir”, dice María Laura. Se sienta en la cama del chico y charlan durante horas. A él le gusta recordar historias de su mamá, contárselas a la abuela: la música que escuchaban, las salidas que hacían y los partidos de fútbol del club atlético Lilán, donde jugaba Daiana y donde siguen jugando sus tías. 

Todos coinciden en que tenía más garra que técnica. Piernas flacas pero mucha actitud. Dentro o fuera de la cancha, todos la recuerdan en movimiento. “Yo le decía que era multiuso porque hacía de todo a la vez: si estaba cocinando, mientras estaba lavando”, recuerda la mamá. “Los domingos se levantaba y hacía tortas fritas y buñuelos”, dice el papá. Ahora todo es distinto. 

No hubo día del padre. Tampoco Navidad. El 4 de mayo Daiana hubiera cumplido 27 años. La familia se reunió para recordarla: Roberto siempre se sienta en la cabecera y hay diez sillas que no alcanzan para hijos, parejas y nietos. Igual al lado suyo se deja una vacía. Ahí se sentaba Daiana. 

“Cuidado con la policía”

“Cuando dijeron que se había quitado la vida no lo creí ni un segundo. No tenía por qué. Y ella vivía para su hijo, que era la luz de sus ojos”, asegura Leonardo Albo. Era amigo de Daiana y desde la muerte se hizo parte de la familia. Acompaña cada marcha, muchas veces con sus propios hijos. Dice que nunca creyó en la versión del suicidio. No sólo porque conocía a su amiga, Leonardo conocía también esa comisaría. “Hacen siempre igual: te detienen por cualquier cosa, te ve un doctor que certifica que estás bien y ahí te empiezan a golpear, te meten una bolsa en la cabeza. Recién después te llevan al calabozo”, relata.

La segunda autopsia al cuerpo de Daiana informó que la muerte había sido “asfixia mecánica por sofocación” que tenía “lesiones compatibles con signos de autodefensa”. Un panorama muy distinto al que había planteado la policía bonaerense y que el ministro Sergio Berni había defendido. Fue la única voz de la provincia de Buenos Aires en hablar del caso. 

Daiana misma había tenido otras entradas en la misma comisaría. “Después de eso le decía a su hermana menor que tenía que tener cuidado cuando salía, porque la cana metía palo”, recuerda la mamá. 

El papá dice que era “jetona”. María Laura que era “camorrera”, que no se callaba la boca. Y señala algo más: “Dicen que se había peleado con otra chica, ¿por qué entonces detuvieron solo a Daiana?”. No hay respuesta. Su mamá asegura que la policía la tenía marcada, que le tenían bronca. “De mi hija decían ‘Esta negra qué se cree’, Qué se va a creer, ella era ella”, recuerda la mamá. 

Después del asesinato las marchas pidiendo Justicia por Daiana eran multitudinarias. Enviaban refuerzos policiales desde localidades vecinas, llenaban la comisaría de vallas. Muchos se acercaban a la familia y contaban sus propias historias de violencia con la policía de Laprida. “A un rubio nunca vi que le hayan pegado, a un rico jamás se ha visto. Pero a los pobres sí nos han rematado a palos”, insiste Ricardo con bronca. 

Un año sin Justicia

Después de dos autopsias y una reconstrucción con denuncias de irregularidad, la carátula de la causa hoy es de homicidio. Los policías señalados son cinco, tres mujeres y dos varones: Vanesa Núñez, Julieta Zelaya, Adrián Núñez, Leandro Furh y Pamela Di Bin. No cumplen funciones pero tampoco fueron desafectados. Están ellos también a la espera, en libertad, 

La familia ha denunciado desidia política y amenazas, incluso con armas de fuego. Con acompañamiento de Amnistía Internacional Argentina, su abogado y la Comisión Provincial por la Memoria constituida como querella institucional, reclaman avances en la investigación. “Hasta nos han roto las fotos que dejamos en el cementerio, es el colmo todo esto”, llora su papá. 

Otra vez hace frío. Como hace un año, María Laura se abriga y va hasta la comisaría. La familia protesta el 5 de cada mes, aunque haya heladas o tormenta. Al principio el pueblo acompañaba, ahora son pocos más que la familia. Apenas alcanzan para cortar la calle y poner música en un parlante que fue de Daiana y que ahora solo suena para el reclamo de Justicia.